13 de Julio de 2014 - 21:07

Brasil, un país que perdió su dignidad para mostrar lo que no es

Por Lucio Di Matteo

Es curioso, la mayoría de los brasileños que conozco son personas de calidad humana, educados y respetuosos. Tienen rivalidad con Argentina, sí, pero lo lógico para dos países limítrofes que siempre se admiraron y recelaron mutuamente.
Sin embargo, en este Mundial, Brasil mostró su peor cara. La corrupción de la obra pública, los obreros muertos en la construcción de estadios, los “torcedores” o hinchas volcándose por Alemania tras haber recibido 7 goles, 5 de ellos en apenas 45 minutos, y la persistente intolerancia hacia el Seleccionado Argentino de Fútbol.
Pero lo peor de todo no fue eso, sino que los brasileños decidieron vivir de las apariencias. Mientras millones carecen de agua potable, hicieron un estadio en Manaos, donde la liga de fútbol local no llega a convocar 1.000 simpatizantes por partido. ¿No era mejor dotar de mayor infraestructura al reconocido puerto comercial de esa ciudad?
Se les cayó un puente (en Brasil le dicen viaducto), que sólo de casualidad mató a apenas dos personas. Construyeron un estadio en Brasilia, donde el nivel de tradición futbolera es cercano a 0. El gobierno de Dilma Rousseff apuntó a la tríada Copa Confederaciones-Mundial 2014-Juegos Olímpicos para mejor su imagen y chances electorales, aunque hace poco (tras la vergonzosa eliminación, claro) negaron que así fuera.
Lo más triste, es que los brasileños quisieron mostrar al mundo lo que no son: un país de Primer Mundo. Para eso, militarizaron favelas (en lugar de urbanizarlas), reprimieron protestas sociales, y eligieron como mujeres símbolo de la apertura y cierre del Mundial a dos rubias: Cláudia Cristina Leitte Inácio y Giselle Bundchen respectivamente. Son brasileñas, pero no más que Sonia Braga o Daniela Mercury.
Tan desdibujada está la identidad brasileña, que eso se trasladó al fútbol. Su equipo fue un conjunto de segunda línea, y hasta piensan en un extranjero para conducir el seleccionado nacional. En este sentido, Brasil está recorriendo el camino que Argentina transitó furiosamente en los 90: valorar exageradamente lo extranjero, despreciar lo nacional, y querer mostrar al mundo lo que no son.
O quizás me equivoque, y sólo sea una actitud de las élites. Brasil es un gran país y puede ser mejor. Pero la mentira y las apariencias, por encima de la autocrítica y la verdad, nunca son el camino.

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