14 de Enero de 2016 - 14:01

Sobre la grasa y el músculo: la necesidad de gobernar sin prejuicios y dejando atrás la doble moral

POR LUCIO DI MATTEO

“Hay que saber separar la grasa del músculo, para cortar donde se debe”. Esa metáfora la escuché mil veces a fines de aquel trágico 2001, cuando señores que cobraban buenos sueldos y en blanco (toda una rareza para aquella época, aún más que ahora) explicaban cómo iban a echar gente de la empresa que les permitía tener una vida digna.

A cambio, estos personajes del área Recursos Humanos, no dudaban un instante en condenar al desempleo, la miseria y el abismo existencial, a “la grasa” que sobraba en sus organizaciones. “La caridad bien entendida empieza por casa”, se autojustificaban estos seres minúsculos, oscuros y acomodaticios, que, además, se apoyaban en consultores externos dispuestos a realizar cualquier carnicería humana a cambio de una abultada factura por los servicios prestados.

Empleados y consultores, unidos, condenaban a “la grasa” de las organizaciones, que en realidad eran personas de carne y hueso, hacia el afuera. “Afuera hace mucho frío”, se dice en España, donde la desocupación nunca baja del 20%. En aquella primavera del 2001, y en el verano subsiguiente, quedarse sin trabajo le helaba el alma a cualquiera en la Argentina.

Con el tiempo, y el cambio de paradigma económico, se demostró que no sobraba grasa en las empresas, sino que agobiaba el peso de una deuda externa ya impagable, que la convertibilidad ya era un árbol seco, incapaz de dar frutos, y que con un frente externo más favorable y políticas económicas adecuadas, se podían crear puestos de trabajo.

Tantos, que en el primer gobierno de Néstor Kirchner fueron cerca de 4 millones.
Con la frase de ayer, “separar la grasa de la militancia”, Prat Gay me hizo acordar a aquellas épocas en las que él era un joven próspero del JP Morgan, mientras millones de argentinos eran considerados “grasa” para un cuerpo que también estaba exánime y carente de músculos.

El argumento de Prat Gay es parcialmente correcto. El festival de nombramientos en el sector público, especialmente para los amigos y militantes de La Cámpora, no puede ser negado, ni siquiera por los kirchneristas honestos. Pero, ¿Prat Gay puede jurar sobre una Biblia que en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires no hay militantes del PRO? ¿O desconocer que ser un periodista macrista militante puede rendir $ 20 millones (Fernando Niembro) o $ 14 millones (Luis Majul)?

Además, el caso de La Plata, y quizás el de Arsat, muestran que con el celo por “cortar grasa”, se termina realizando una caza de brujas y, también, cortando músculo. Por no hablar de la doble moral de un gobierno que no sólo premia a “militantes” millonarios como Niembro y Majul, sino que además mira para otro lado mientras Isela Constantini hace un pacto de no agresión con Mariano Recalde y Aerolíneas Argentinas sigue teniendo más militantes que aviones o destinos de vuelo.

Alfonso Prat Gay es un economista de buen nivel profesional, reconocido por su capacidad desde cuando estudiaba en la Universidad Católica Argentina (UCA) y tuvo una buena gestión en el Banco Central, cuando Néstor Kirchner era presidente y hablaba casi a diario con él. Desde el 10 de diciembre, la democracia le brindó una segunda oportunidad para demostrar cuán valioso es. Ya no necesita pasearse por la playa al lado del escote de Victoria Donda, ni tomar café con Elisa Carrió. Prat Gay “llegó”, desplazando incluso a históricos del PRO como Rogelio Frigerio o Carlos Melconián.

Ahora, Prat Gay necesita gobernar sin prejuicios, ni doctrinarios, ni de clase social. El hombre de familia pudiente, originaria de Tucumán (¿por eso habrá alertado sobre los peligros de un caudillo santiagueño?), estudiante de universidad privada, joven financista del JP Morgan y gerenciador de los millones que tenía Amalia Lacroze de Fortabat, ahora es otra cosa – o debería serlo-: el ministro de Hacienda y Finanzas de todos los argentinos. Su desafío es más humano que técnico: gobernar sin prejuicios ni divisiones, como nos prometieron durante la campaña electoral. Ojalá lo consiga.

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