06 de Mayo de 2021 - 08:53

Murió Carlos Timoteo Griguol, un maestro del fútbol

Sufría de neumonía, agravada por el contagio de coronavirus; lideró recordados proyectos en Ferro y Gimnasia; tenía 86 años

Carlos Timoteo Griguol, ex entrenador y un maestro del fútbol argentino, falleció esta mañana a los 86 años. El ex DT de Gimnasia y Ferro, entre otros equipos, llevaba varias semanas internado en el Sanatorio Los Arcos de la Capital Federal a causa de una neumonía agravada por el contagio de coronavirus, que no pudo superar.

La noticia fue confirmada por Víctor Marchesini, exjugador de Ferro y Boca, y yerno de Griguol, en un mensaje en su cuenta de Twitter.

Había que estudiar, primero. El que no estudiaba, no jugaba. Había que pensar, primero. El que se entretenía con gambetas, no jugaba. Había que prestar mucha atención al pizarrón: con esa tiza blanca, pulcra, límpida, se aprendían secretos de la vida, más allá de cómo crear una fantasía detrás de una pelota parada. Se ofendía si un joven jugador, cuando los billetes se les caían de los bolsillos, compraba un automóvil, en lugar de una casa. Lo sacaba de quicio. “Vas a tener que poner un inodoro adentro al auto, para que puedan ir al baño tus amigos cuando los invites a tomar mate”.

Carlos Timoteo Griguol fue un maestro: pocas veces en la vida ese concepto está cabalmente representado. Más aún hoy: pareciera que cualquier ilustrado es un maestro. No señor: el Viejo, Timo, fue el auténtico ejemplo de que el fútbol es una bella metáfora de la vida. Creó una escuela del juego, utilitaria, basada en la disciplina táctica y el rigor defensivo, sólo despreciada por los embusteros del mal entendido lirismo. El Ferro de los 80 y el Gimnasia de los 90 quedaron en la historia.

En el Oeste, el cordobés nacido en Las Palmas consiguió dos títulos, todo un síntoma de la época. Le puso el pecho a los grandes cuando pocos se animaban con la marca como bandera, la defensa como ley primera. En el Bosque, logró algo más valioso: el respeto de toda una comunidad. En Rosario Central, en Arroyito, además, se vistió de pantalones cortos (“era un típico 5, recuperaba la pelota y la entregaba”), -previo paso por Atlanta- y en River obtuvo otras dos estrellas. En el Gigante, campeón del Nacional 1973, se los conocía como Los Picapiedras, por su estilo barroso, sin elegancia. En Núñez, se abrazó a la Copa Interamericana 1987, un año después de la borrachera de títulos de todos los colores con el Bambino Veira. Pero lo suyo no fueron las vueltas olímpicas: era un hombre noble, bueno, al que había que escuchar con los ojos bien abiertos.

Cascarrabias, de vez en cuando, filoso cuando lo creía necesario, las palmadas sobre el pecho de los jugadores del Lobo dispuestos en ingresar en el campo de juego, bajo una multitud alborotada, son imágenes de la nostalgia que el mundo del fútbol no puede borrar. En 2004 dirigió por última vez a Gimnasia, la entidad que lo convirtió en leyenda, tanto como Ferro, en donde tiene un monumento levantado en 2016

Lúcido, inteligente, estudioso y pícaro, se había alejado del ruido de la pelota víctima de Alzheimer y recientemente había sido vacunado por el Covid-19. Con boina o con gorrita, elegante o de sport, riguroso hasta con las multas económicas, solía ser una referencia para todos, incluso los que no respetaban el arte de la planificación, incluso los fanáticos de Estudiantes. El Viejo era admirado, querido. “Yo quiero ganar y que mi equipo sea respetado”. Lo consiguió, solo con el transcurrir de los años.

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